Esto de los blogs e internet es la leche. La verdad es que últimamente no me sobra tiempo para leer, una excusa tan buena como muchas otras para no abrir un libro. Aunque de vez en cuando, un tema interesante y el empujoncito de un amigo en forma de préstamo bibliográfico puede ser suficiente para sumar un libro más a mi lista de leídos.
Uno de los problemas o ventajas que tengo con los libros es que se me olvidan muy fácilmente. Problema porque se me queda cara de tonto cuando alguien me pregunta sobre qué iba el libro, ventaja porque unos meses después puedo volver a leerlo y disfrutarlo casi como la primera vez. Un día de éstos desempolvaré mi colección de Isaac Asimov y volveré a experimentar los orígenes, la historia, el preludio y otras circunstancias de
La Fundación.
Así que hoy seré borde, y de paso intentaré dejar escritas algunas cosas que me gustaron para que no se me olviden, con el libro
El año que mi abuelo vio llover, de Tomàs Molina, conocido hombre del tiempo de TV3.

El libro es fácil de leer, básicamente se trata de ir pasando páginas y entender lo que ha escrito, como en casi todos. Ya son menos los libros que una vez leídos nos dejan algo en qué pensar. Por ejemplo, el tan premiado y agradable de leer
Cien años de soledad no despierta en mi cerebro ningunas ganas especiales de pensar en algo interesante una vez terminado el último capítulo, pese a que me gustó leerlo.
En cambio, el libro de Tomàs Molina sí que me ha servido para darle una nueva repensada a algunos temas relacionados con la teoría del calentamiento global, y me ha dado algunas ideas, quizá un poco bordes, para afrontarlo.
Me ha sorprendido gratamenete que al autor del libro haya tratado algunos temás tabú en este país con bastante naturalidad, intentando quitarles hierro y haciéndonos pensar. Por ejemplo, nos ha querido recordar a todos que la energía que compramos a Francia, bastante, por cierto, proviene de centrales nucleares. Esas centrales nucleares cuyas torres de refrigeración aparecen como imagen de fondo echando
vapor de agua(TBB) siempre que el locutor nos habla de las terribles conecuencias de los
gases de efecto invernadero.
También me ha parecido curioso que, siendo presentador de TV3, diga la envidia que le da ir a Madrid y ver la cantidad de cosas nuevas que se hacen ahí cada año mientras en Cataluña todo va más despacio. The Big Borde añadiría que eso que ocurre en Madrid perjudica el medio ambiente, ya que cada vez que un catalán ha de ir a Madrid debe imprimirse un mapa del metro nuevo, pues el anterior ya no le vale, con el consiguiente gasto en papel, tinta y energía que ello supone.
Me ha parecido especialmente sospechoso que el autor insista en que la predicción del clima se basa en complejos modelos matemáticos, cuya efectividad se ha comprobado con los datos que tenemos del pasado. Es decir, se tiene una fórmula que nos explica cómo ha variado el clima en los últimos años, justo hasta ayer. Como hacen los analistas bursátiles con gráficas y verborrea cuando nos explican el comportamiento de un índice. Pero lamentablemente esos modelos matemáticos no sirven para decirnos qué va a pasar a corto plazo, lástima. En cambio, si por ejemplo baja la cantidad de nieve caída en los últimos 3 años en Cataluña, nos dice que los modelos matemáticos ya lo había predicho. ¿En qué quedamos, Tomàs? :)
No quiero que se me olvide tampoco que dice, valientemente, que los políticos nos dicen qué debemos hacer, pero ellos realmente no están haciendo nada de manera activa.
Por culpa de los políticos o a pesar de ellos, también nos cuenta que los científicos han tirado la toalla y no piensan en la posibilidad de parar o revertir el calentamiento global. Nos habla principalmente de cómo mitigar sus efectos. Siendo malpensados, podría parecer que, en caso de que el calentamiento global no estuviera provocado por el hombre, sino que fuera un proceso natural, obviamente no tenemos nada que hacer para modificarlo. Y siendo malpensados de otra manera, podríamos pensar que los políticos no son capaces de solucionar este problema del que tanto nos hablan, o al menos no pueden hacerlo sin arriesgase a perder votos, y ahora nos cambian el discurso sin decirnos exactamente por qué. Vamos, cualquiera podría pensar que legislando activamente, por ejemplo, prohibiendo las bolsas de plástico, subiendo el precio del agua y la luz, construyendo centrales nucleares y limitando significativamente el número de aviones y coches que nos rodean, se podía revertir ese proceso que nos dicen que hemos iniciado nosotros, pero como nos enfadaríamos y no les votaríamos, prefieren no hacerlo.
Ni tampoco quiero pasar por alto que, además de las restricciones, austeridad y sacrificios de los ciudadanos, hay otros métodos investigándose que consisten en usar la tecnología para intentar mitigar la acumulación de CO2 en la atmósfera y el aumento de la temperatura que teóricamente ello supone. Me pareció muy interesante y es algo de lo que se habla muy poco en los medios de comunicación.
Otra cosa que me ha hecho pensar es que se debería bonificar de alguna manera que la gente abandone las ciudades y se traslade a vivir al campo o a pueblos menos urbanos. Creo que es otra idea que debería desarrollarse.
Pero lo que más me ha impresionado es saber el alto porcentaje de gases de efecto invernadero que provienen de los pedos, en especial de los de las vacas y los humanos. Los pedos humanos tienen otros efectos bastante palpables en nuestra sociedad, pero eso da para un post completo o incluso un libro.
El año que mi abuelo me vio peer. Me quedo con el título... Y no quiero olvidar que en el libro se menciona que los humanos nos tiramos una media de 20 pedos al día, lo cual implica que diariamente ciento cuarenta mil millones de pedos van a parar a nuestra atmósfera.
Espero que no acabemos como en esa película de Stallone, en la que el hombre viajaba al futuro y se encontraba rodeado de unas máquinas repelentes que le multaban cada vez que decía un taco. Si la lucha contra el calentamiento global supusiera que nos multaran por cada pedo que nos tiramos, muchos de nosotros correríamos el riesgo de arruinarnos en pocos meses. Quizá se debería firmar un Protocolo de Peoto, en el que, de manera similar a como se pactó en el de Kyoto, se fijara una cuota de emisión de pedos por habitante, y se puiera comerciar con la compraventa de esos derechos a peerse. Lo justo sería que al menos el primer pedo de la mañana fuera de libre disposición, y que se fijara un número mínimo de pedos exento de esta regulación.
Debería haber un mercado globalizado para este nuevo producto financiero, algo así como la bolsa (de pedos), que nos serviría para planificar a medio plazo nuestra dieta, en especial la ingesta de fibra y frutos secos, y las consecuencias de ello.
También sería vital para nuestro nivel de vida que hubiera un mercado minorista de derechos de pedos. Una buena regulación y la compraventa anticipada de derechos a gran escala no siempre es suficiente, y en previsión de digestiones especialmente rebeldes e imprevistas, convendría disponer de algún sistema para poder adquirir derechos para peerse de manera inmediata a otros ciudadanos que hayan sabido ahorrarlos anteriormente. Puede ser complicado articular la venta al por menor de derechos de pedos, podría hacerse a través de un mirochip o usando tecnologías como el Bluetooth o el Wifi. En el momento en el que notamos que algo en nuestro interior clama libertad, si hemos superado nuestra cuota de emisiones diaria, se debería poder enviar una señal inalámbrica a nuestro alrededor, con nuestro identificador fiscal, para que cualquiera de las personas que nos rodean puedan vendernos un derecho de emisión, que se descontaría de su saldo si éste acepta la transacción voluntariamente y que sería pagado en el acto por el emisor. En el caso de que nadie tenga derechos suficientes, el ciudadano afectado sería multado por haber sobrepasado los límites máximos de emisiones que aconsejen los científicos, si no es capaz de almacenar los gases de efecto invernadero y finalmente los lanza a la atmósfera.
Con este sistema, conseguiríamos regular la cantidad de pedos emitidos a la atmósfera, penalizaríamos a los que no pongan medios para controlar su cuota y compensaríamos económicamente a los que controlan sus emisiones. Algo parecido a lo que se busca con el protocolo de Kyoto, pero aplicado a nuestra vida cotidiana.
Espero que no tengamos que llegar a eso... Que San AeroRed nos proteja...