Era un sábado por la mañana, sobre las 7:00, y en el metro se podía encontrar dos clases de personas: los locos cómo yo que se iban a una carrera popular por Barcelona, y los que, por obligación, se iban a trabajar un sábado por supuesto con bastante mala leche. Dudo que nadie esté a esas horas en el metro por placer...
Una maruja bajaba rápidamente las escaleras, pues escuchaba que llegaba el metro. Es una de las cosas que más me cuesta entender de las marujas, esa extraña obsesión que tienen de coger el metro que está llegando, aunque para eso tengan que atropellar a alguien, torcerse un tobillo (algo bastante complejo debido a la cantidad de carne que suele rodear sus tobillos) o torcérselo a otra persona, como si dos minutos después no fuera a llegar otro metro por el mismo andén.
A la maruja en cuestión, por los rápidos movimientos que estaba haciendo en la escalera, se le cayó una moneda de un euro cuando estaba a dos escalones del andén, justo delante de un chiringuito de la ONCE, con ciego incluido. El ciego, cuyo sentido del oído le permitió reconocer el dinero botando escalones abajo, dijo:
Señora, eso es dinero, si le sobra compártalo.
Y la maruja, indignada, le contestó:
Sí, claro que me sobra, por eso me levanto y cojo el metro a estas horas.
El ciego se quedó mudo... Y la maruja recogió su euro...
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